Y también en mi se alza la ola. Se hincha, arquea el lomo. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge en el fondo de mi, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros, tú, sobre quien ahora cabalgo, mientras piafamos en este pavimento? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. ¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!

Las olas rompían en la playa.

Las olas. Virginia Woolf

domingo, 12 de febrero de 2012

El cielo es azul, la tierra blanca. Hiromi Kawakami


He disfrutado lentamente esta pequeña novela japonesa, a ese ritmo al que va la misma novela, al que va la protagonista, deambulando por la vida. Una vida que va avanzando a golpe de encuentros fortuitos, en la que lo único previsible en su día a día es su trabajo, que no tiene demasiada importancia. Una vida solitaria a la que se asoman algunos personajes, uno en concreto, su maestro, al que la vida le va uniendo. Lo que más me llama la atención es esa forma de ser, esa forma distinta de vivir el tiempo en la que importa el presente, el momento mismo.

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