Y también en mi se alza la ola. Se hincha, arquea el lomo. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge en el fondo de mi, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros, tú, sobre quien ahora cabalgo, mientras piafamos en este pavimento? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. ¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!

Las olas rompían en la playa.

Las olas. Virginia Woolf

jueves, 12 de julio de 2012

Stoner y Hopper

Ha querido el destino que a la vez que leía Stoner, de John Williams, viera la magnifica exposición de Hopper en el Museo Thyssen. Y no puedo dejar de pensar, ver, o mejor dicho, sentir, la gran similitud entre las dos creaciones, es más, Stoner bien podría haber sido uno de los personajes de un cuadro de Hopper, incluso no se si he estado imaginándome todo el tiempo a Stoner como la imagen de Hopper en el Autorretrato que vemos al comienzo de la exposición. Un hombre austero, seco, algo triste, solitario, cuya mirada pasa de largo porque nada tiene que ver contigo, con ese sombrero de fieltro elegante pero tan común, una camisa azul oscuro con corbata, pero que bien podría haber estado abotonada al cuello, chaqueta negra, boca contenida, haciendo un esfuerzo por esta ahí, pensando, todo pasa por su interior, como en Soner, y nada sale fuera. La vida pasa desgraciada sin que él haga nada por cambiarla, indiferente a su suerte, fiel a sus principios hasta la muerte. También pienso que Stoner podría haber sido el hombre sentado en la silla mirando al infinito, a la nada, en Four Lane Road. Anclado a esa silla al atardecer, el vacío ante él, resignación, entrega, pero todo en la mirada, sus anhelos, sus recuerdos, todo lo tenemos que imaginar en el cuadro y, sin embargo, lo sabemos en la novela. O, mejor, el hombre profundamente triste y derrotado de Cape Code Evening, con una mujer al lado que mira de refilón, sin nada que decirle, sin un ápice de amor ya, si alguna vez lo hubo, la hierba seca, el bosque azul, solo el Collie, en el centro del cuadro, nos recuerda la vida.Stoner, como los personajes de Hopper, nunca sale de su mundo, vive inmerso en él sin que las pocas personas que le rodean, incluso le quieren, puedan hacer algo por él. Y a él le da igual. Encuentra en los libros, en la literatura, el único universo real para él, lo único que merece la pena, y, mientras, apenas vive.

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