Comienza el verano y me planteo el reto de leer Los ensayos de Montaigne. Quizás me lleve hasta el verano que viene... quizás lo deje... quien sabe. He pensado que ir escribiendo mis reflexiones mientras lo leo puede ser buena idea para sacarle más partido a la lectura. Para que no se me olviden las ideas sobre todo.
Como Montaigne, estas reflexiones son de buena fe y tienen un fin doméstico y privado. De momento, incluso tan privado como que son solo para mi, si en el futuro estas reflexiones devienen en algo de interés, o me parecen algo que merezca la pena, puede que las comparta con los amigos... pero, pensándolo honestamente ¿para qué? ¿a quién le pueden interesar mis reflexiones sobre Montaigne o sobre mi vida? Hay que tener un estupendo concepto de uno mismo para pensar que le puede interesar a alguien. En realidad cuando me pregunto ¿para qué leo? ¿para que quiero saber cosas? debo reconocer que muchas veces pienso que quiero saber cosas para presumir, lamentable. Me propongo tratar de liberarme de este ego absurdo, porque no se de qué voy a presumir yo que no tengo ni la suficiente cultura ni la suficiente inteligencia como para decir cosas interesantes. Por otra parte, además de absurdo y ridículo, el ego es opresivo, te limita, te esclaviza...
Los ensayos.
La primera reflexión al comenzar Los ensayos es precisamente la enorme cultura que tiene Montaigne. Como Joyce en Ulises, cuando escribe incluye constantemente citas y referencias a obras e ideas de filósofos y escritores clásicos... incrustados de tal manera, con tal naturalidad, como cuando uno, charlando con los amigos, habla de la última película que ha visto o de lo que piensa de un amigo común.. Eso me deja impresionada.
Capítulo III. Nuestros sentimientos se arrastran más allá de nosotros.
Reflexiona Montaigne acerca de que algunas personas viven el espejismo de que sobrevivimos a nosotros mismos, de que, de alguna forma, lo que pensamos y sentimos hoy acompañará a los que nos sobrevivan en un intento de inmortalidad. No puedo estar más de acuerdo con él, y ciertamente así se lo digo constantemente a Lorenzo y a los niños: cuando me muera lo mejor es que conmigo hagan lo que más les consuele a ellos, qué más da lo que yo quiera para mi funeral, si yo no estaré. Me maravilla estar de acuerdo con Sócrates (y con cuántas personas más seguramente) cuando le contesta a Critón sobre qué hacer en su funeral, "lo que tu quieras".
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