Y también en mi se alza la ola. Se hincha, arquea el lomo. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge en el fondo de mi, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros, tú, sobre quien ahora cabalgo, mientras piafamos en este pavimento? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. ¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!

Las olas rompían en la playa.

Las olas. Virginia Woolf

domingo, 31 de julio de 2016

Los ensayos. La firmeza. Michel de Montaigne


Capítulo XII. La firmeza

Su espíritu permanece inmutable, en vano se le deslizan las lágrimas (Virgilio, Eneida)

La firmeza es de necios cuando supone recibir un duro golpe por no apartarse. Es de sabios sobrecogerse ante el estruendo del cielo pero mantener la opinión "libre e intacta". "El sabio no se exime de las perturbaciones, sino que las modera".

La firmeza por tanto debe ser flexible, no se trata de aguantar a toda costa. A menudo te dicen unos y otros que persistas, que aguantes, que si eres firme tendrás la recompensa al final del camino. En estos momentos de mi vida me encuentro en esa encrucijada. Siento que debo abandonar una empresa, que la etapa ha llegado a su fin, que apartándome del camino la derrota será menor. Sin embargo todos me alientan a seguir, como si eso tuviera más mérito que dejarlo a tiempo. Si hago caso de los consejos de Montaigne, debería retirarme a tiempo. No puedo evitar sobrecogerme ante la perturbación pero podría tratar de que fuera menos dolorosa.

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