Capítulo XXII. La costumbre y el no cambiar fácilmente una ley aceptada.
Porque la costumbre es en verdad una maestra violenta y traidora... que embota nuestros sentidos, dice Montaigne. Ciertamente creo que el peor de los argumentos es aquel de "porque se ha hecho siempre así", o que una costumbre ha de mantenerse porque forma parte de nuestra tradición, como si todo lo pasado fuera mejor parafraseando a Manrique. No encuentro nada más pobre y vago, es no querer pensar por uno mismo. Precisamente Montaigne nos dice que debemos tener extremo cuidado en educar a los niños a aborrecer los vicios por su propia extrañeza, no solo de acción, sino de corazón. Es decir, debemos cuestionarnos todo nosotros mismos, no dejar que nuestro juicio dependa simplemente de lo que los demás piensen. Yo peco mucho de esto. Muchas veces lo que dice alguna persona a la que admiro no lo juzgo ni por un instante, lo doy todo por bueno, cuando a veces si me paro a pensar un poco no estoy de acuerdo. Y cuando alguien lo rebate y utiliza mi argumento, me arrepiento enormemente de haber sido tan tonta y de no haber tenido personalidad alguna.
Ayer discutíamos de religión y yo decía, con poco tiento como a menudo me pasa, que la religión es una máquina de engañar a la gente. Lo expresa mejor Montaigne cuando habla de la grosera impostura de las religiones, de la cual tantas grandes naciones y personajes capaces se han visto embriagados por ella, al quedar esta parte fuera de la razón humana...
Continua Montaigne con un repaso de la enormes diferencias entre los pueblos respecto lo que consideramos normal, de nuestras costumbres. A mi me parece, en general, todo el mundo muy raro. Hasta los amigos más cercanos, incluso nuestros hermanos o familiares, muchas veces tienen costumbres para mi del todo inexplicables... De ahí lo importante, según nos muestra Montaigne, de aprender a cuestionarnos primero a nosotros mimos, tratar de mirar no solo hacia fuera sino primero hacia nosotros mismos.
... Pero las advertencias de la verdad y sus preceptos se reciben como si se dirigieran al pueblo y jamás a uno mismo.
Sin embargo, para Montaigne, la libertad de uno debe ir por dentro, limitarse a sus pensamientos y juicios, y por fuera encuentra que es agradable seguir las normas generales. Nos recuerda que uno debe tener mucho amor propio y presunción para llevar sus opiniones hasta tal extremo de alterar la paz pública. Y que, por encima de todo, uno debe cumplir las leyes, aunque parezcan injustas, como Sócrates se dejó matar, aun sabiendo que su juez estaba equivocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario