Y también en mi se alza la ola. Se hincha, arquea el lomo. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge en el fondo de mi, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros, tú, sobre quien ahora cabalgo, mientras piafamos en este pavimento? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. ¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!

Las olas rompían en la playa.

Las olas. Virginia Woolf

viernes, 2 de septiembre de 2016

Los ensayos. La vanidad de las palabras. Michel de Montaigne


Me troncho con este ensayo que, además, me recuerda mucho a mi hermano Federico. Fede suele decir que, en las bodas, siempre se le van los ojos al menú infantil, a esos espaguetis o filetes empanados más apetecibles que los absurdos canapés.

Pues bien, Montaigne nos habla del ridículo que hacen algunos entendidos agrandando, con el lenguaje, algunas cosas sencillas o, simplemente, normales. Aprovecha, de paso, para mandarles un viaje a los arquitectos, diciendo que se les hincha el ego hablando de pilastras, arquitrabes o cornisas... para descubrir, como dice él, que ¡¡¡son las piezas de la puerta de su cocina!!! o que algunos términos, como metáfora o metonimia, son formas gramaticales ¡¡¡que atañen a la charla de la criada!!!

Con mucha gracia, Montaigne pone el acento en algo tan común hoy en día como la tendencia a poner adjetivos excepcionales a cualquier cosa normal para, muchas veces, simplemente darnos importancia a nosotros mismos.

"Me ha pronunciado un discurso sobre el arte de la comida con gravedad y gesto magistrales, como si me hablara de algún punto importante de teología. (....) Y todo ello, hinchado con ricas y magníficas palabras, y las mismas que se emplean para tratar del gobierno de un imperio."


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