Y también en mi se alza la ola. Se hincha, arquea el lomo. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge en el fondo de mi, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros, tú, sobre quien ahora cabalgo, mientras piafamos en este pavimento? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. ¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!

Las olas rompían en la playa.

Las olas. Virginia Woolf

viernes, 16 de diciembre de 2016

Los ensayos. La inconstancia de nuestras acciones. Michel de Montaigne


Empezamos el libro II. Toda mi vida me acompaña la duda sobre si, en lugar de aprender y probar numerosas cosas diferentes, no debería haberme centrado en una sola de ellas. Porque, al final, no sé hacer nada bien y, a pesar de que me lo he pasado muy bien probando, creo que, llegados a este punto, habría disfrutado más sabiendo hacer algo realmente bien, conociendo algo en profundidad. Es cierto que mi personalidad es así, y es difícil cambiar. Cuando estoy haciendo una cosa ya estoy pensando en la de otras que me pierdo. No hay remedio. 
Para Montaigne la sabiduría es constancia, la perfección es constancia. Primero hay que iniciar el camino con reflexión y deliberación, tener un objetivo y, después, perseverar con paciencia. Pero también nos dice que, ya que todos nosotros somos un conjunto de elementos y que somos esencialmente inconstantes, no podemos juzgar a los demás viendo sólo una parte. Debemos esperar, seguir a la persona, ver el conjunto, lo más posible, para hacernos una idea cierta. No debemos precipitarnos en nuestros juicios.  Pensar en el objetivo, ver el conjunto y luego trazar el camino y perseverar en él. 

"No hay viento propicio para quien no se dirige a ningún puerto"

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